Hoy desperté en mi casa, entre mis sábanas con olor a mi, con paredes violetas y mucha decoración verde, con fotos mías y del bombonazo, con muchos almohadones, con ropa a mi alrededor, en los puff, en los pies de mi cama, en el piso, ropa y zapatos por doquier, con televisor, aire, mochilas, bolsos… Habitación abarrotada de cosas. Y así desperté, asomando mi cabeza de entre la frazada de turno. Me desperté, pensé un poco, leí un mensaje que me quedó pendiente de la noche anterior y caí en la cuenta de que mañana, cuando despierte ya no estaré aquí. Voy a despertar entre otra frazada de turno, las paredes ya no serán violetas, la habitación no estará impregnada de mí pero simulará ser mía. Y eso, entre otras cosas va a ser lo que mañana cambie. A partir de mañana se vive otra vida y se respira otro aire. No sé si realmente quiero. Quiero pero no. Deseo pero no. Es contradictorio pero entendible. Quiero mis cosas en el lugar donde se encuentran y también estar allá. Quiero allá. Deseo allá. Pero a la vez, prefiero la cotidianeidad del acá. En donde todo, pero absolutamente todo lo siento mío. Y de allá me hacen falta unas cuantas personas para que mi vida sea perfecta. Necesito estar entre aquellas personas, esas que veo cruzando de pueblo, esas que veo yendo al colegio, esas que veo caminando por la calle y me regalan una sonrisa con el plus de un beso y un abrazo. Extraño su tono de voz, su forma de hablar, su manera de divertirse, su manera de armar quilombos, y de salir de ellos, extraño su sencilla manera de andar por la vida, si, amigos, los extraño. Y aún así, mi lugar está lejos de allí. Y aún así, quiero allá. Y aún así, se que extrañaré mi acá.