Una vez más ella rompe el esquema, camina tan bonita y mueve su belleza.

Me levanto y huelo la diferencia. Huelo la nada, huelo la ausencia. La huelo, la toco, la miro… quizá hasta la abrazo durmiendo cada noche con ella. Aun con la habitación sumergida en la más profunda oscuridad y con los párpados pesando una pila de libros cada uno, tanteo para encontrar ese abrigo que dejé la noche anterior en el extremo de la cama donde mis pies nunca llegaron. Me lo pongo y acto seguido prendo la luz. Luz de esa artificial, no la que veo cuando te veo. Y tengo ese hundimiento emocional que me hace teclear un mensaje de texto alrededor de las seis y diez de la mañana.

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