Quiero dormirme de nuevo en tu pecho, y después me despierten tus besos.
Te miro de entre las sábanas y ahí permaneces, inerte, como muerto. Tan inerte y tan lleno de vida. Vida y muerte. Maravillosa combinación en la que tu rostro refleja la paz del que cesó de vivir y la felicidad de quien agradece estar en este mundo. Ese estado en el que te observaría durante horas, observarte mientras exploras tu interior y cada tanto sonreís entre sueño y sueño. Observar tu pecho ascender y descender en cámara lenta. Y yo ahí, inerte, limitándome a observarte y permitiéndome entre sueño y sueño (de esos que tenés despierta) acariciarte o darte un beso suave, sin que lo notes siquiera. Dándome lugar a descansar en paz. Y despertarme. Entre las buenas cosas que me pasan a tu lado se encuentran el despertarme. Observarte observándome, besando mi mejilla y susurrando a mi oído -‘princesita a levantarse’- y así entre las sábanas trato de entender que no sigo soñando, que sos mi realidad, y lo compruebo cuando preguntas: ‘¿qué te hago para desayunar?, ¿querés té bonita?’.
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