Una vez más ella rompe el esquema, camina tan bonita y mueve su belleza.
Ella se miró al espejo, se observó tantas veces que ya no se reconocía más. Uno, dos, tres segundos. Se acaricia el rostro, sonríe, frunce el ceño… Sí, inevitablemente quien ahora saluda del otro lado del espejo es ella. Está confundida. Ella no es quien creía ser.
Ella está marchita, ella mira sin mirar, ella gusta sin gustar, ella anda entre la gente como un cuerpo más entre otros cientos de cuerpos. Ella solo es cuerpo. Ella se olvidó el alma en la cama de su primer y único amor. Se la olvidó y no puede regresar a buscarla. No quiere siquiera. Un poco la abandonó a conciencia, como una especie de obsequio o prueba de su ferviente pasión, como testimonio de que jamás volverá a querer de esa manera, jamás va a desear una piel como deseó aquella, jamás hará nuevamente el amor, ahora solo se revolcará. Igual vaya uno a saber sus motivos... El caso es que la dejó con él y no consigo, el caso es que ya murió con él.
Y ahora tiene que regalar su cuerpo, sortear sus caricias, alquilar sus besos y vender su piel. ¿Ya que más da? Si de todas formas a ella no le sirven más. Ella ya no llora, ella tampoco ríe. Ella duerme pero jamás descansa. Ella duerme, pero jamás sueña. Ella es solo cuerpo, y lo va a ser hasta el día en que sus pulmones dejen de lidiar con el olor a cigarrillos baratos; porque su corazón ya ni late, de su corazón mejor no hablar.

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